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Sobre Ubre de Gabriela Bejerman.

Por Bernardita Yannucci

Nunca he sido buena para escribir de los que no conozco. De lo que no ha tomado una forma concreta en el permanente desorden mental que me acontece. Antes de leerla, tuve que verla en fotos. Saber de dónde venían esas sesenta y ocho páginas. Me pareció estar ante una de esas locas lindas que te dan ganas de saber qué tienen que decir. De esas con las que te dan ganas de salir a bailar o emborracharte porque tienes la certeza de que la vas a pasar bien, que te dará una seguridad que sólo te dan los que también viven con la memoria fragmentada por culpa de algo que quiso ser amor, pero no fue. No me falló Gabriela. Ella es como esas canciones que te gustan tanto que las pones mil veces seguidas y que te producen un baile mental que puede continuar imparable por semanas o meses.

El conjunto de poemas reunidos en Ubre (Ed. Vox, 2012) surten el mismo efecto que esas músicas. Leerlos es el símil de acudir a un teatro donde la puesta en escena te conmueve insistentemente hasta el final. Es acudir a la representación viva de un deseo lleno de dolor. Un deseo chorreado de sudor y de carne. Poemas que, como diría Aira, suman un millón de gotas a las experiencias que uno gana con cada cosa que se lee y que nos van formando como únicos y diferenciables de los otros. La Bejerman hizo eso conmigo. Ubre fue como un abrazo violento y desenfadado. Y leer estos poemas es presenciar el espectáculo más cruel de todos, el de la vida después de algo, que a pesar de eso, puede tener las venas rosadas y desear, a veces, un día de sol:

Es un espejo negro en que nos vemos frente a un piano
incapaces de tocar, sumidos en un terror musical
soñamos con una salvación, la infidelidad o alguna borrachera para
olvidar
pero no abrimos la puerta, la tapa del piano, y adentro queda la ilusión
de escuchar
una melodía finísima como un hilo con que vamos envolviendo nuestra
carne viajada.

(De “Matambrito al piano negro”)

Incluso después de esa vida posterior, asistes a cada instante a un encuentro que no te suelta, porque no te quiere dejar ir. Bejerman te dice que a la tristeza se la aguanta escribiendo sobre su presencia y que a veces, puedes zafar de ella después de un vasito de alguna cosa:

Es fácil que parezca que no está
pero emerge una y otra vez
en la clase de gimnasia
en los almohadones del sillón
cuando abro la heladera y el hambre se me va
Por suerte esta música hace que la tristeza parezca linda
quisiera confiar en alguien
pero me aíslo en mi nada
quisiera que entres por la ventana y me lleves a tomar

(De “Tomar en bicicleta”)

A pesar de esos momentos en que te llegan algunos rayos de sol en la cara, que logran hacerte sentir una palmada calentita, es tan cierto que cuando lees a Gabriela Bejerman te das cuenta de que hay veces en que simplemente “El show no puede continuar”. Yo me quedo aquí:

Como el piso de una discoteca al amanecer
mi jueguito terminó exponiendo la torpeza
con lazos de amor desgreñados
no puedo seguir bailando sobre una mesa de vidrio rota
ustedes sólo quieren líneas rectas hacia la angustia
falsa tibieza que no puede acoger
dejo que se escurran entre mis dedos
niebla y peligro, caen las vértebras de la admiración
ya no es una audacia divertida
merezco una categoría estúpida para esta ignorancia
de querer comprar amor con sexy debilidad.

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